Podemos vencer los espíritus?
El portal del mundo espiritual está cerrado completamente al
hombre natural desde nuestra expulsión del Edén. Solo Jesús tiene las llaves de
este reino, y él las ha entregado
Jesús percibía las cosas físicas y espirituales como una
sola sustancia, y podía alterar su entorno con solo desearlo. El mundo físico –
las cosas – respondían a su autoridad, bastaba modificar la esencia espiritual
y se modificaba su contraparte física y en otras ocasiones su expresión física
modificaba la esencia espiritual. Jesús vivía con estos mundos en todo momento,
quienes estuvieron a su lado no dejaron de sorprenderse un solo momento.
Cuando recibe el Bautismo, Jesús recibe el Espíritu Santo
del Padre y allí son abiertos sus portales espirituales, el hijo amado comienza
su obra.
El convertirá el agua en vino, hará sanidades, devolverá la
vista a los ciegos, los paralíticos caminarían a su orden, la materia se
multiplicaría, los demonios le conocen, le obedecen y salen de los cuerpos, no
existe enfermedad que persista, hasta la misma muerte retrocede en su
presencia, aparece aquí o allá, desaparece en medio de todos, camina sobre el
agua, la tierra le obedece, los elementos se someten, perdona los pecados, da
salvación, y al final muerto y sepultado, resucita y nos pide llevar su palara
hasta lo último de la tierra, mientras él va a preparar un nuevo cielo y una
tierra nueva.
Lo más sorprendente es que Jesús nos dice es que si –
creyésemos – cosas más grandes haríamos. Y en el principio fue así, sus hombres
tenían ese poder, el Espíritu hablaba con ellos, hasta su sombra sanaba, nada
les hacía daño, predicaban y el mundo se conmovía. Bautizaban, se
desmaterializaban y aparecían en otro lado para seguir predicando; expulsaban
demonios, sanaban enfermos, dieron vista a los ciegos, levantaron paralíticos y
resucitaron muertos. Fueron llevados al cielo y transportados en el tiempo
hasta nuestros días. Estaban tan seguros de la promesa que no dudaban en dar su
vida por sus hermanos.
Pero luego, vinieron aquellos que por no creer, y no poder
hacer las cosas que aquellos hacían, quisieron conciliar las cosas del mundo
con las cosas del reino de Dios. Hombres ciegos incapaces de percibir el
Espíritu. Hombres que solo quisieron el poder del mundo. Así nacieron las
religiones “apostólicas”, donde miles fueron educados para expandir una iglesia
falsa, sin poder, sin unción, sin tener idea de quién es, ni haber conocido
nunca una manifestación del Espíritu Santo. Así llega a nosotros “nuestra”
religión cristiana, católica o protestante, y hoy al igual que los fariseos del
templo, juzgaban a Jesús, los hombres, hablan de Dios, sin haberle conocido,
hombres sin poder, conciliadores de la Fe con el mundo, perdidos que llevan a
perdición.
La Autoridad
De joven tuve un amigo al cual el padre lo echaba
frecuentemente de su casa. Cuando esto sucedía se podían escuchar los gritos de
su padre en todo el vecindario, ¡Te vas, te vas! ¡nunca vuelvas a este
lugar!... llévate todas tus cosas, etc. etc., después de la terrible discusión
Ale salía de su casa y se sentaba junto a nosotros en la vieja y abandonada
almacén de la esquina, fumaba un par de cigarrillos y luego volvía a su casa a
hacer de las suyas, hasta que en la próxima discusión le echaran
nuevamente. No podían los gritos
imprimir una sola gota de autoridad a su padre. Hasta los amigos nos habíamos
acostumbrado a ello y no nos afectaban las escenas que allí se generaban. Así, sin autoridad, él siempre hizo lo que se le
dio la gana, pero nunca abandonó su casa.
En otra oportunidad conocí a un hombre que era encargado de
producción y tenía a su cargo un grupo de trabajadoras de inspección de calidad
final, pero con una de ellas lo unía una larga y tortuosa relación sentimental.
Esta mujer permanentemente infringía paso a paso el reglamento interno de la
empresa, llegadas tarde, faltas sin aviso, trabajo a desgano y discusiones
permanentes con sus compañeras, su encargado tenía toda la autoridad legal para
sancionarla, suspenderla y aún echarla del trabajo, y esto, realmente sucedía a menudo, él se acercaba amenazante, vociferando,
maldiciendo… y la despedía. Ella mientras tanto mascaba chicle y
sonriendo miraba para otro lado. Su autoridad se había invalidado por causa de
la repudiable situación de adulterio que ambos mantenían. Cuando este hombre, a raíz de los problemas
que esta situación generaba, fue trasladado a otra sección, ella a los pocos
días fue despedida por un nuevo encargado, él simplemente uso la autoridad que
le había sido conferida para hacerlo, y ella tuvo que irse.
También tengo presente, cuando hace muchos años trabajaba
yo, en una gran empresa agroindustrial. El dueño de esta firma me había
contratado personalmente para desarrollar varios proyectos. Nos unía una gran
amistad y esto hizo que me pusiera al frente del sector de desarrollo. Por
cuestiones de salud muy graves, este hombre se retiró y puso al frente de la
empresa a su hijo, (con quien yo mantenía constantes discusiones e insalvables
diferencias de criterio). Él tomó
inmediatamente el control y comenzó a ejecutar los muchos proyectos de
restructuración que tenía planeados. Me cito a su oficina y me comento que
entre los muchos planes de expansión de la empresa, no figuraba yo en ninguno de
ellos. Cuando me “echó” no lo hizo con
gritos, no amenazó, ni puso una voz grave de ultratumba diciendo ¡Te hecho! ¡Te
vas! ¡Sal fuera!, por el contrario se dirigió a mi muy cortésmente, y como
quien tiene autoridad me dijo: Héctor,
te comunico que he decidido terminar con nuestra relación laboral… A partir de este momento estás despedido, te
pido que pases por la oficina de personal donde está todo listo y te retires de
mí empresa lo antes posible. Nunca más
volví a ella. Me despedí de su padre en la casona familiar, aunque no tocamos
para nada el tema del despido. Quien me había “echado” tenía autoridad real
para hacerlo.
Es posible echar fuera un demonio?
Ciertamente que sí.
Cuando Jehová puso a Satán como príncipe de los espíritus
divinos que disociarían el complejo humano, lo hizo como una forma de volver al
hombre de su pecado. Pero viendo Jesús
como Satanás había usado estos espíritus de disolución – los que terminan con
la vida del hombre – vio que nuestro guardador nunca busco conducirnos
de regreso a casa, sino que nos angustio con lo que debería haber sido la sola
separación del cuerpo, el alma y el espíritu. Satán dio a estos espíritus la
autoridad de atormentar al hombre, pero no pudo hacerlo con Jesús, porque ellos
solo podían entrar junto con un pecado, y como Jesús no peco ellos no pudieron
entrar y no le pudieron matar, el murió por propia voluntad y por su propia
voluntad resucito.
Jesús vio y expuso a Satán como el padre de toda mentira, el
homicida, vio su caída del cielo y vio el mundo entero en poder del maligno.
Satanás y el diablo, la serpiente original
habían sido descubiertos, ya no podían fingir. Pero Jesús debía
continuar, al expulsarlos de los cuerpos que poseían, los demonios que le
conocían y le obedecían, sabían que aún no había llegado la hora de abandonar
el mundo, porque el hombre era pecador y ellos tenían la tarea pendiente, pero
Jesús en el cielo es quien les creo, y a él deben obediencia, aun cuando su
príncipe les diga lo contrario.
Él “les dio virtud y potestad sobre todos los demonios, y
que sanasen enfermedades” El primer paso
para echar fuera un demonio, es tener autoridad para hacerlo y esta autoridad
aunque parezca obvio, debe haber sido conferida por quien tiene esta autoridad, y quien tiene esta autoridad
es el Hijo de Dios. Cuando nos es conferida la autoridad, nos son traspasadas,
más allá de lo humanamente imaginable, todas las cualidades de autoridad de
quien las otorga. Igualmente pasa con el poder, aunque generalmente ellas
vienen de la mano pues quien recibe autoridad recibe poder y quien tiene poder,
tiene autoridad.
Como vimos en los ejemplos anteriores la autoridad se recibe
como herencia o bien es conferida por quien la tiene, pero puede suceder que
teniendo una autoridad natural como la del padre de mi amigo, no se pueda
ejercer por debilidad, o que nuestras propias iniquidades la invaliden o bien
que se reciba esta autoridad vehementemente, y nos apropiemos de ella.
Nada más contundente que la presencia de un oficial de
Justicia para realizar las acciones legales más severas, un desalojo, un
allanamiento, un embargo. Cuando él llega, nadie se pone en su camino, hacerlo
significaría pasar un largo rato en una celda. Le ha sido conferida autoridad
para hacer lo que la justicia ordena. Él con total calma habla y comunica,
mientras que contraparte obedece aunque lo haga con lágrimas, broncas o
vocifere amenazas.
Bien, tenemos autoridad para echar fuera los demonios y
poder para restaurar los cuerpos de las enfermedades, sanar y salvar,
sustentarnos, vivir en alegría y viajar llevando su evangelio.
Si creemos en Él, ninguna de las cosas de este mundo
impactará en nuestras vidas, nada nos apasionara, lo material será como basura,
buscaremos repuestas solo en él, el sustento, la salud, y la alegría solo en
Él, ni aún la muerte podrá conmovernos. Y así lo que hablen otros de nosotros
ya no nos importará y sabiendo que tenemos vengador por nosotros, clamaremos en
su misericordia para que sean perdonados. Recién entonces tendremos la
autoridad y el poder “Hablarán nuevas lenguas, Tomarán en las manos serpientes,
Si bebieren cosa mortífera, no les hará daño. Sobre los enfermos pondrán sus
manos, y sanarán” es así de simple.
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