Satán

Como vimos Jehová Dios había dicho al hombre “más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.”
Estamos acostumbrados a decir que Dios es el dueño de la vida y de la muerte, pero en realidad no nos ponemos a pensar que es él quien nos mata, y que nos ha negado el acceso al árbol de la vida,
“Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre.Y lo sacó Jehová del huerto del Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado. Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida.”
El hombre fuera del Edén debía morir, y para ello le fue asignado un espíritu (un daemon) o demonio que debía terminar con su vida en un momento determinado.  Para ello el demonio, sin voluntad propia, debía producir un colapso, un daño de tal magnitud, capaz de  separar el  cuerpo,  del Ruaj que es el soplo del Espíritu, y de la Neshamá que es el alma. Satanás, la creación más perfecta de Elohim, el sello con el cual puso término a la creación espiritual en todos los cielos, fue el encargado de administrar estos espíritus divinos de disolución, y por esto le fue conferido el principado sobre ellos, el poder y la autoridad para enviar estos daemon sobre todos los hombres.
Satanás poseía el mundo y a los hombres, podía hacer con todo ello lo que quisiese, a él le habían sido dados para que hiciese lo mejor con esta criatura, debía cuidarlo, protegerlo y conducirlo como un pastor tratando de encontrar el camino de retorno, pero sus celos iniciales por el hombre no habían cambiado. Nunca tuvo en cuenta la premisa fundamental de encontrar el eslabón que debía unir esta cadena y volvernos a Dios.
Era en la tierra un hombre justo y temeroso de Jehová, y su nombre era Job. Cierto día se presentaron ante Jehová los hijos de Dios. Jehová que escuchaba las oraciones de Job y deseoso de encontrar a quien entre los hombres le amara con verdad, le preguntó a Satanás: ¿haz considerado a su siervo Job?, y nuestro continuo acusador le dice – ¡Pero mi Señor, él es igual que todos!, te adora porque posee todo lo que un hombre quiere, pero toca lo que tiene y se volverá contra ti – se puede ver en el libro de Job como Satanás mueve todos los demonios para acechar y destruir la integridad del Siervo Job.
Las fuerzas de la naturaleza son conmovidas, envía demonios de guerra, de ira, de accidentes, de enfermedades, odio, celos, Satanás a través de ellos mata fuera de tiempo, enferma, apasiona a los hombres pero nada quiebra a Job quien reconoce a Jehová como su único señor y salvador.
Debemos ver que Jehová habla con Satanás de una forma coloquial, familiar y con total confianza, no lo hace como con un enemigo, le está preguntando si es fiable Job, ¿haz considerado a mi siervo Job?  Considerar quiere decir: Reflexionar o examinar con atención una cosa, Tener en cuenta una cosa, Juzgar, ó estimar.  Aquí Jehová le está pidiendo una opinión a Satanás, y le ordena que use las herramientas que tiene para probarle, cuidando de no tocar su vida. No se lo ve aún aquí a Satanás como enemigo de Dios, aunque Jehová le recrimina en algún momento: “aun cuando tú me incitaste contra él para que lo arruinara sin causa”.
Pasan los años y la historia parece repetirse, en Crónicas 1- Cap.21 dice: Pero Satanás se levantó contra Israel, e incitó a David a que hiciese censo de Israel. Nuevamente incita y pone un demonio en David para que se vuelva contra Jehová.  Se menciona a Satanás en los Salmos y aparece solo en Zacarías 3:1 Me mostró al sumo sacerdote Josué, el cual estaba delante del ángel de Jehová, y Satanás estaba a su mano derecha para acusarle.
Jehová había creado al hombre y le dio vida con el soplo de su Espíritu, sabía que al recibir el conocimiento de una forma abrupta y desordenada había truncado la perfección de su diseño.  Desde la perspectiva de la muerte esta creación, el hombre, se hizo indescriptiblemente malvada, lo único que deseaba era poseer insaciablemente, sobre todo, lo que a otros le pertenecía.
Jehová (el Hijo de Dios Padre) escogió a Abraham, un descendiente del hijo del hombre, y de él tomo su descendencia como suya, y le llamo “su pueblo”, les acompaño y estuvo a su lado trayendo los milagros del cielo a la tierra, pero aun así se volvían continuamente contra Él.  Les amó, instruyó, legisló, aconsejó, castigó y finalmente en su misericordia no los olvidó, sabía que el hombre sufría terriblemente con la muerte terrenal. Revertir esta condición,  y volverlo al lugar original del cual fue sacado, tal vez fuera la solución para aquellos a que él tanto amaba.
Pero… ¿sería esto posible?  ¿Puede el hombre sobreponerse a su maldad y creer a Dios? Solo existía una forma de probarlo… y esta fue hacerse hombre.
El mismo Jehová no podía hacer trampa, por ello acordó celestialmente con su Padre y El Espíritu, venir a la tierra en un cuerpo incapaz de recordar su propia, particular y exclusiva naturaleza divina, y al igual que cualquier hombre decidir creer y solo por Fe acercar los milagros del cielo a la tierra.
Cuando estuvo en la Tierra los cielos quedaron vacíos, y el Espíritu Santo preservó el trono hasta su regreso. El diablo conocedor de esto, y sabiendo que Jesús no recordaba humanamente su condición de hacedor, vio no solo la oportunidad de demostrar lo inútil de la creación del hombre, sino que por primera vez existía la posibilidad cierta de terminar con el Creador, y ocupar su lugar. En este preciso momento Satanás decidió revelarse, y así convenció a millones de seres creados para la perfección del abandono de Jehová y manifestarse a su favor.
Sabiendo de la codicia y la vanidad natural del corazón humano esperó el momento en que Jesús aceptara su ministerio, y creyendo que sucumbiría a la tentación de tener  lo que a cualquier hombre le hubiera cautivado hasta la infidelidad, “le mostró en un momento todos los reinos de la tierra. Y le dijo Satán: A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy.”
Toda la potestad y la gloria de este mundo no bastaron para que Jesús aceptara a Satán como su señor.  Ahora al maligno le quedaba solo la alternativa de acabar con la vida de Jesús en una forma tal que nadie entre los humanos se decidiera a seguirle, y el camino al árbol de la vida continuara cerrado por espadas flameantes.
Pero El hijo de Dios había vuelto como hombre al lugar que él mismo había creado, y del cual es el verdadero “Dueño y Señor”,  Jesús no solo cumplió con la voluntad de su Padre sino que el mismo gusto de la muerte, desenmascarando el perverso plan de Satanás para matar al mismísimo hijo de Dios Padre.
A Lucifer, le fueron conferidos los poderes para proteger la creación más perfecta del universo, se le llamó “Querubín” el grande, poderoso, bendito. Con él,  Elohím puso terminó a la creación espiritual.
Fue lucifer perfecto, y en esa perfección se le confirió la potestad, que es la autoridad legal, el dominio, y el  poder sobre el hombre, cuando no ha sido redimido.
El hombre aprendió a dar gloria a la fama, majestad y esplendor del diablo, el reino de Satanás en la tierra era inconmovible, Acusador permanente ante nuestro Padre, sabía que esclavos de la ley nada podíamos hacer. Nuestros cuerpos son solo un juguete para los espíritus invasores y para los demonios hostiles, que tienen como misión terminar con nuestra vida.
Este es el reino de este mundo, el reino de la serpiente antigua y Satanás el diablo. Contra este reino envió Jesús a sus discípulos. Si creemos que él es verdaderamente el Hijo de Dios y somos bautizados, somos salvos, es decir ilesos, libres de peligro, y exceptuados del  juico. Si no creemos que él es el Hijo de Dios, a partir de ese momento seremos condenados es decir sentenciados a quedar en manos del diablo, quién será causa en nuestra vida de continuas luchas por las cosas del mundo, padecimientos, y angustias inexplicables. Y finalmente nos preparará para acompañarle al lugar de su deposición final, el infierno.
Si  hemos aceptado el señorío de Jesús creyendo, y somos bautizados, nos serán conferidas  las “señales”  o sea marcas puestas en nosotros para distinguirnos de otros, no de los impíos, ni de los incrédulos, sino de los que hablan falsamente de él, sin haber aceptado su linaje: ser el Unigénito Hijo de Dios Padre.

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