INFORMÁTICA, como detener los demonios
En los años 80, cuando la PC nacía socialmente, me cedieron,
vaya a saber con que propósito inexplicable, un ordenador de escritorio. Me
sorprendió la similitud que existía entre los procesos de un ordenador y los
procesos de la conducta del hombre.
EL hardware, el software, el SO, la memoria, la
programación, todo se podía relacionar con nuestro diseño humano, como
pensábamos y aprendíamos. Al pasar el tiempo las comunicaciones el internet,
todo lo que se desarrollaba no hacia sino confirmar mi percepción.
Ver un ordenador y sus procesos es como ver una imitación
burda del un ser humano y sus procesos de pensamiento. Y esto es en realidad lo
que sucede, (ver ”El Know-how”).
Algo que puede resultarnos útil para entender ciertos
comportamientos humanos es estudiar un proceso informático llamado “demonio”
Un demonio, daemon
por sus siglas en inglés Disk And Execution MONitor, es un tipo especial
de proceso informático que no actúa ni responde al usuario ni este le puede
ver, es decir, que se ejecuta en segundo plano. Este tipo de programas se
ejecutan de forma continua (infinita), vale decir, que aunque se intente cerrar
o matar el proceso, este continuará en ejecución o se reiniciará
automáticamente ya que no dispone de una "interfaz" directa con el
usuario, ya sea gráfica o textual. Tampoco
hacen uso de las entradas y salidas estándar para comunicar errores o
registrar su funcionamiento. Los programas que ejecutamos como demonios pueden
estar ubicados en cualquier parte del disco, pero tienen un punto en común:
todos utilizan un script para ser iniciados/parados, y estos scripts se
encuentran en el directorio: /etc/init.d/ desde donde, con algunos
conocimientos de programación se los puede manipular. Pero con un conocimiento
profundo de programación más allá del nivel de usuario estos demonios o
subprocesos pueden eliminarse y con ellos la función principal que
desarrollaban.
Esta actividad informática tiene una correlación directa con
el hombre y nos ayudara a comprender más sobre él.
Los demonios actúan en el segundo plano de la vida humana,
el hombre es inconsciente que un demonio está realizando una actividad continua
dentro de él y que no dejara de hacerlo bajo ninguna circunstancia, y sobre
todo hasta cumplir con su misión que es la de terminar con la vida de su
huésped.
Nosotros no podemos
verles y tampoco podemos interactuar con ellos. El demonio somete
nuestro cuerpo a un vicio, por ejemplo al cigarrillo, estos conocen el alma y
el cuerpo y son especialistas en crear
impresiones de placer en actos que normalmente resultan aberrantes e ilógicos,
para quienes desde afuera nos ven. Pero cuidémonos de criticar porque cualquier
demonio de vicio se comporta así, y todos tenemos nuestros propios demonios, de
no ser así todos viviríamos eternamente.
Encender un cigarrillo y absorber el humo, la nicotina y el
alquitrán, (yo fume 80 cigarrillos por día durante mas de treinta años), es un
proceso asqueroso para quien no ha estado sometido a él, este “placer” nos
lleva alegremente al fin último del demonio que es terminar con nuestros días
sobre la tierra. Estos y otros procesos se ponen en marcha y son imposibles de
detener… a no ser que sean detenidos por quien tenga el conocimiento y las
herramientas para hacerlo, pero no solo se pueden detener sino que se pueden
sacar de la vida de un ser humano para que nunca más se pongan en marcha.
Todos los demonios tienen sometidas a partes distintas de
nuestro cuerpo o nuestra mente y allí residen totalmente ocultos, pero
comparten un lugar común en toda persona y este lugar común, ese “directorio”
es la iniquidad, allí se inician y detienen todos los procesos demoníacos.
Le comente que yo fumaba 80 cigarrillos diarios, era
tremendo me sentaba en los veranos en el patio y decía “yo señor sé que estoy
fuera de todo lo tuyo cuando fumo, sé que es dañino pero no puedo dejar esto,
es mi vida, me vuelvo loco pero nada puedo hacer… “ estas eran mis oraciones a mi Señor. Durante
años escuche a pastores que decían un cigarrillo es un trozo de tabaco envuelto
en papel que tiene dos extremos en uno esta una brasa y en el otro, un
estúpido, esclavo del pecado, y cuanto adjetivo se le ocurría al pastor de
turno en aconsejarme. Estas y otras “bromas” solo hacían que me aferrara más
profundamente a mi vicio y al demonio que lo mantenía, como amigo
incondicional.
Cierto día me invitaron a trabajar para la celebración de un
aniversario en la Iglesia Espiritual más grande de Argentina. Acepte y fui al
principio de la semana y en vez de dormir en los departamentos preparados a ese
fin decidí hacerlo en una carpa en los jardines, ya que esto me permitiría
fumar sin problemas. El día miércoles me encontré con un hombre al cual
considero como un siervo de Dios, él se abalanzo sobre mí, (tiene la costumbre
de abrazar demoledoramente) cuando se separó, tenía sus ojos llenos de
lágrimas, sentí que tenía compasión pero no sabía de qué o porque, y me
dijo: El Espíritu Santo me envió a
trabajar a este lugar, por eso me puse esta ropa, pero al llegar no tenía que
hacer. Cuando apareciste le estaba preguntando porque me había equivocado al
escuchar su voz… pero al abrazarte recordé que yo también fumaba 80 cigarrillos
y por su poder lo desterré de mi vida, y eso mismo debo hacer con voz, el que
me envió no se equivoca…
Me conto que mi próximo cigarrillo sería encendido en las
tinieblas y que espiritualmente sería puesto en mi boca, pero que lo
apagaríamos, que lo espiritual es lo que manda el cuerpo y el alma. En esos
días oramos y él llegaba a hablar conmigo a todo momento. Mientras pasaban los
días el parecía muy agotado, y yo no fumaba solo por respeto a él.
Paso el festejo y cuando nos despedimos, me dijo: “tuyo es el poder ahora para echar fuera ese
demonio” .
Fui hasta la terminal donde tomaría el micro que me llevaría
a casa, en el micro no fume (en ese entonces se permitía) y al llegar a casa
puse los cigarrillos a mano, si algo había sucedido era el momento de
probarlo. Nunca más fumé, no tuve el maldito
síndrome de abstinencia, y de la misma forma que días atrás no concebía mi vida
sin el cigarrillo, ahora estos no eran nada para mí. El demonio había sido
echado fuera, esto es posible gracias al Espíritu Santo que para cambiar mi
vida uso un hombre obediente a su mandato, que oró y no probó bocado, hasta que
se despidió de mí. ¡Había vencido!
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